viernes, 30 de noviembre de 2012

PELIGRO SOCIAL

- Pues que quieres que te diga, a mí me parecían normales -insiste Andrés desde el interior del quiosco-; es más, él me era bastante simpático.
- Ya, ya, simpático. Para que te fíes -le contesta Esteban mientras ojea el Marca.
- Hombre, conmigo no se portaba mal. Compraba el periódico todos los domingos, y si venía con su chico pequeño le cogía alguna revista de esas de naturaleza.
- Ya me contarás, pobre chaval -dice Esteban sin parar de pasar las hojas del periódico deportivo con displicente atención, como si cumpliera con la obligación de revisar el BOE-. Como no cambien de barrio…, seguro que se mudan, cuando paguen lo que marque la justicia por el problema que se han buscado se mudarán. Si no, ese chico será el hazmerreir del barrio toda su vida.
- Hombre, no será para tanto.
- Huy que no, te lo digo yo que de eso entiendo un poco -Esteban cierra el Marca con energía y lo deja donde lo cogió- Me marcho, que termina el recreo y tengo que seguir domando a estos fieras.
Por el camino se da de bruces con la farmacéutica, a la sazón, madre de uno de sus alumnos.
- ¿Adonde vas con tanta prisa, Tere?
- Voy al banco, tengo que hacer el ingreso para la excursión del niño. Me tengo que ir rápido que he dejado a la chica sola en la farmacia. Pero mira, me viene bien encontrarte aquí. Quería preguntarte por los chicos del colegio.  ¿Qué tal han aceptado lo de…? -Tere ladea la cabeza en un gesto mudo de complicidad.
- Bien, no te preocupes. Los chicos asimilan todo rápidamente, vosotros en casa no le deis demasiada importancia. Lo peor se lo llevará el pequeño de ellos; aunque, me parece que ese ha salido al padre.
- Hay que ver… Bueno, te dejo que llevo prisa.
Tere reanuda su camino con pasos cortos pero rápidos. Su bata blanca y los zuecos de sanitario le confieren un aire de emergencia que sus vecinos no dudan en atribuir y ella en aprovechar.
- Pasa, pasa, que tendrás prisa -le dice doña Julia que espera en la cola de la caja del banco.
- Pues sí, muchas gracias, porque he dejado a la chica sola en la farmacia y… Toma -le dice a la cajera-, es para lo de la excursión del colegio.
- Huy, ¿tu hijo también va? Pues acaba de hacer el ingreso la madre del niño ese de… Te has enterado, ¿no?
- Sí, sí, ya sé. Pues acabo de hablar con el maestro. Una pena, pero por lo visto toda la familia es igual.
- Que barbaridad, que pena. Fíjate, pues la chica mayor parecía más normalita.
- Que va, todos iguales. Si es que eso se mama en la casa y después… Bueno guapa me voy que tengo la farmacia con la chica sola y…
Sale del banco con el mismo aire de emergencia social con que entró y dirige sus pasos cortos pero rápidos hacia su farmacia. Ocupa su puesto en la caja del banco doña Julia.
- Hola guapa. Toma, actualízame esta cartilla y saca de esta otra cincuenta euros -le da las dos libretas como si del mapa de un tesoro se tratara, con la cautela que la desconfianza provee-. Ya he oído lo que te decía Tere, madre del amor hermoso, que locura. Pues mi marido coincide con él en el garaje y me ha dicho que no había notado nada, pero vamos, ni por el forro, nada de nada. La chica sí, esa era compañera de mi José en el instituto, y él dice que de pequeña ya era rarita.
- No sé. A mí me da un poco de pena, los pobres…
- ¿Pobres? Hay hija, menudos…
- ¿Sabe usted quien lo descubrió? -le pregunta la cajera mientras sigue imprimiéndose la actualización de la libreta.
- Creo que su vecino, el de arriba. No me hagas mucho caso, pero creo que es guardia civil, de esos de los delitos raros. No es que yo esté muy enterada pero, hace ya dos años, cuando se ganó la Copa de Europa, empezó a sospechar. Me ha parecido oír que su hijo pequeño, el del guardia, es compañero de colegio del pequeño de “estos” y le contó a su padre que el vecino no se había enterado de nada de lo de la Copa, y no sólo eso, si no que además, “no le importaba un pimiento”, le dijo la criatura; claro, lo que escuchan en casa lo repiten como loritos. No estoy segura, pero me pareció entender que él dio parte inmediatamente a sus mandos, pero le dijeron que de momento no actuara, que mejor les iban a dar un poco de margen para ver si les conducían a alguna organización más importante. Después, se ve que él tomó confianza y un día, en el bar, se bebió un par de cervezas, se le calentó la boca, y empezó a hablar del tema con Fabián, que por lo visto es de su misma cuerda.
- Hay doña Julia, que ya me pierdo. ¿Quién es Fabián?
- Sí mujer. No me hagas mucho caso, pero creo que es el chico este regordete y un poco calvo que trabaja en el ambulatorio y tiene un niño rubio de dos años clavadito al frutero, que su mujer trabaja en el Ministe…
- ¡Ah, sí, sí! Ya sé quien es -ataja la cajera- ¡¿Ese también…?!
- Sí hija, sí. Bueno, es lo que dicen, yo no se si…
- Ya, ya. Claro, lo que dicen.
- Pues eso, que alguien me comentó que cuando lo del Mundial ya no pudieron dejar pasar más tiempo y fueron a por él.
- Madre mía, y lo detuvieron, claro.
- Claro, pero sólo para interrogarle. Creo que ya anda por la calle como si tal cosa. Si es que aquí sólo viven bien los sinvergüenzas.
- Madre mía, es que no te puedes fiar de las buenas pintas. ¿Y qué ha alegado para justificar tal actitud?
- Bueno, ya sabes, lo de siempre: que es verdad que no le gustaba el fútbol pero estaba en tratamiento, que a cambio los niños practicaban judo, que pagaban el Canal Fútbol religiosamente… Te puedes imaginar: todas las mentiras que se le ocurrían.
- Pues que quiere que le diga doña Julia, tiene usted razón, tenían que encerrarle para toda la vida; pero no sólo a él, a los cuatro, que si no luego eso empieza a corromperse.
- Pues eso hija, para toda la vida.

Por Diego Pérez

Colaborador de Liebanízate

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